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Ficha bibliográfica
Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Herder Editorial, 120 páginas, 2010, ISBN: 978-8425451447.
Sinopsis
La sociedad del cansancio puede considerarse una de las obras más emblemáticas de Byung-Chul Han. En ella, con una visión casi profética, se presentan los grandes temas que el filósofo surcoreano desarrollaría luego durante más de una década, alcanzando celebridad mundial.
Byung-Chul Han detecta que en las últimas décadas se ha producido en nuestras sociedades occidentales avanzadas un cambio de paradigma y que la anterior sociedad disciplinaria --basada en imperativos y prohibiciones externos-- ha pasado a ser una sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. Si antiguamente el quebrantamiento de la norma acarreaba el castigo, ahora el incumplimiento del anhelo provoca frustración.
Cifrar la plenitud personal y el sentido de la vida en la incesante autoexigencia de rendir cada vez más conlleva como resultados culturales la nivelación de todas las diferencias, el infierno de lo igual y la pura positividad. Como consecuencias psicológicas acarrea cansancio, aburrimiento e indiferencia y como secuelas psiquiátricas ocasiona diversos síndromes: de hiperactividad, impaciencia, desatención y agotamiento. De este modo, el precio vital exige la renuncia al ánimo festivo, a la pura celebración de la vida.
Opinión
Al terminar La sociedad del cansancio, me quedé con la sensación de haber leído un ensayo breve pero enormemente incisivo, capaz de capturar con claridad muchas de las tensiones que atraviesan nuestra vida contemporánea. El análisis que hace Byung-Chul Han sobre el paso de una sociedad disciplinaria a una sociedad del rendimiento, donde el exceso de positividad y autoexigencia nos agota silenciosamente, me interpela de manera profunda. Me reconozco en esa cultura que empuja a producir más, a optimizar cada minuto, a convertir cualquier actividad en un objetivo que debe medirse, compararse y mostrarse. En ese punto, coincido con la mayoría de las ideas que expone el autor.
Sin embargo, mientras avanzaba en la lectura, no podía evitar pensar que hoy existe un factor decisivo que el ensayo apenas roza y que, en mi opinión, se ha convertido en una de las principales fuentes de ese cansancio del que habla: la insensibilización producida por las redes sociales y la inmediatez informativa. Me parece que esta pieza del puzzle resulta indispensable para entender el agotamiento emocional y cognitivo característico de la última década.
Cuando me expongo al flujo constante de contenidos que circulan en redes —vídeos, titulares, tragedias, humor, publicidad— noto cómo mi umbral emocional se desplaza sin que yo lo decida. Soy capaz de ver imágenes de violencia, sufrimiento o pérdida mientras como o mientras hago una pausa en mi trabajo. No porque haya desarrollado más fortaleza, sino porque mi mente, como la de tantas personas, se ha adaptado a convivir con todo ello en un scroll interminable. Esta familiaridad forzada con el horror cotidiano me preocupa profundamente: lo que antes me golpeaba con fuerza ahora se mezcla con recetas de cocina, memes y anuncios, generando una erosión silenciosa de mi sensibilidad.
Siento que esta exposición continua produce un doble movimiento que encaja de manera casi perfecta con la teoría del cansancio: por un lado, me insensibiliza; por otro, me mantiene en alerta. La saturación emocional evita que pueda detenerme a elaborar lo que siento. La avalancha de novedades, tragedias y estímulos intensos me obliga a estar siempre preparada para lo siguiente, sin tiempo para procesar lo anterior. Esa dinámica, repetida a diario, mina mi capacidad de descansar, de concentrarme y, en muchos casos, de empatizar con la profundidad que cada situación merece.
A esto se suma una fatiga derivada de la impotencia: ver sufrimiento en directo y no poder intervenir. Esa impotencia acumulada desgasta, aunque no siempre sepamos reconocerla. Muchas personas, incluyéndome, llevamos una carga emocional invisible que proviene no del exceso de acción —como plantea el autor— sino del exceso de exposición.
Por eso creo que, aunque La sociedad del cansancio ofrece un marco excelente para comprender la presión del rendimiento, resulta necesario ampliarlo con esta dimensión contemporánea: la insensibilización generada por las redes sociales, la urgencia de las noticias y la mezcla constante entre lo íntimo y lo global. Esta sobreexposición emocional no solo acelera el ritmo de lo que consumimos, sino también el desgaste de cómo lo sentimos.
Aun con esta carencia —o quizá gracias a ella, porque invita a completar el análisis desde la experiencia personal— considero que el ensayo de Byung-Chul Han sigue siendo una lectura imprescindible. Es un texto que abre puertas, que nos obliga a mirar nuestra vida cotidiana con más atención y que me ha llevado a reflexionar sobre cómo deseo relacionarme con el mundo digital y con mi propio tiempo. Recomendaría este libro a cualquier persona que quiera entender mejor por qué vivimos exhaustas incluso en días en los que “no hemos hecho tanto”. Y también a quienes buscan un punto de partida para pensar en formas más humanas, conscientes y respetuosas de convivir con la aceleración que define nuestra época.
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